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De toda gran idea nace una gran obra, pero también es la fuente de una pregunta inmutable y sugerente: ¿qué es lo que ocurre con las ideas no tan grandes? Un limbo de descanso en la ausencia irrestricta de su manifestación, con billete de entrada pero no siempre de salida, podría ser la explicación más fácil, rápida y solvente a esta cuestión, cuya base se sustenta de un casi exacerbado miedo al rechazo por una iniciativa pocas veces correspondida en un escenario con telón de frágil polea y frío público de calculado desdén. El cine actual se compone de nueve partes de preparación y una de inspiración, rodeado de un cerco de indiferencia que sólo los más avezados de talento, y por tanto los menos comunes, pueden atreverse a saltar e ignorar. Esto no obstante, no sólo de extensos guiones y clásicos recursos se nutren esas ideas menores que componen la magia de la idiosincrasia cognitiva más primordial. En ocasiones la fuerza de una pequeña inspiración se adecúa correspondiente a la magnitud de sus capacidades, y es entonces cuando nace una película excepcional.

¨Gravity¨ basa sus aproximadamente noventa minutos de duración en una única idea que permanece fija en ese aprovechadísimo metraje: una aventura espacial que podríamos esbozar por nosotros mismos pero que habría sido imposible de representarse por sí sola en la mente del espectador sin la ayuda del brillante director Alfonso Cuarón. La ficción supera a la realidad, sólo un medio de inspiración para las verdaderas historias de la mente y el corazón de las personas. Entre dos mundos, uno aleatorio y regido por normas absurdas y otro creado por la conciencia del hombre, el segundo siempre será superior, mágico e inalcanzable. Lo meramente existencial solo supone el primer paso de la escalera a la perfección, de la frontera entre la ficción convertida en realidad y el verdadero mundo oculto tras esa falsa apariencia, tras ese equívoco boceto de vida disfrazada de mágica y estancada en continuas barreras, existentes y autoimpuestas. Allá donde establecemos nuestras propias limitaciones toman forma nuestros anhelos en forma de una creación que busca y representa tanto aquello de lo que carecemos como lo que podemos aspirar a conseguir, y ahí es donde el séptimo arte se expande sin limitación posible.

Por tanto es ahí también donde ¨Gravity” ocupa su lugar con declarada personalidad frente a sus iguales y al mismo tiempo correspondiente humildad ante los clásicos del género, a los cuales puede equipararse sin problemas. El papel de regalo oculta un contenido simple y poco profundo, resultado indirecto de una plasmación inmersiva y totalitaria de la idea en su creación sin necesidad alguna de factores externos. Ante la ausencia de una pretensión mayor a la de ofrecer la mejor experiencia audiovisual basada en el espacio que jamás se haya hecho, el espectador visiona un producto desnudo y vulnerable, fiel reflejo de su objetivo más profundo. La realización es impresionante, cargada de efectos especiales increibles, ángulos inolvidables y planos secuencia de incuestionable talento; las actuaciones de Sandra Bullock y George Clooney rozan la maestría desde el realismo de sus actos y diálogos hasta la inevitable empatía que sin duda generan en el espectador; y desde luego, como experiencia, bate sin el menor problema a cualquier superproducción de los últimos años. En lo literal hay poco destacable en lo último de Alfonso Cuarón, mas en la candencia de lo audiovisual se oculta la esencia de su sublimidad, y con ella el verdadero valor que acompaña la sinceridad con la que justifica su billete de salida de ese limbo de ideas injustamente olvidadas. ¨Gravity¨ es una obra maestra, pero es ante todo un abandono del costumbrismo, una bienvenida al talento del cine de escuela y un regalo a los cinco sentidos.

Cada parpadeo en el visionado de ¨Gravity¨ es un derroche y un desperdicio.

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